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Lugares Encantados de la Argentina

e enjte, 19 korrik 2007


Los colores y los perfumes de la selva, en la ladera que balconea sobre la capital provincial.

Apenas un cuarto de hora antes, en el centro de San Miguel de Tucumán, era impensado este seductor recreo con ínfulas de aldea alpina suspendido sobre el cerro San Javier. Los senderos serpentean sobre las lomadas y alcanzan las casas veraniegas del pueblo San Javier, a 25 km de la capital.
Es la primera comarca de chalés afrancesados, semiocultos entre colinas verdes, de un circuito que afirma el mote de "Jardín de la República" que el sentido común le confirió alguna vez a Tucumán. En cuestión de minutos y una treintena de km por el camino que se mete entre jardines perfumados, nubes y aves varias, se eslabonan Villa Nougués, Siambón y Raco. Es alrededor del Club Hostería Villa Nougués (de 1903) donde el entorno luce aún más refinado, aunque la naturaleza se mantiene firme en el centro de la escena. El balcón exterior (desbordado de plantas colgantes, alegrías del hogar y petunias de colores fosforescentes) es un perfecto mirador de la quebrada. Al norte, la serie de curvas carradas a 1.200 m apunta hacia el Cristo de 28 m de talla, esculpido en granito en 1941 por Juan Carlos Iramain. Tordos, teros, calandrias, chalchaleros y zorzales compiten en un sonoro trino que obliga a alzar seguido la vista. El camino perfora varias veces los manchones de bruma de las nubes que rozan el cerro. El jardín no se deja ver en esos túneles blancos, pero se puede adivinar a través del persistente aroma de las hortensias, mezcladas con 34 variedades de helechos y la robusta presencia de horco molle, el árbol autóctono más grande. Esta vez, la enigmática selva de la yunga abre sus tentáculos para ceder espacio a una capilla de 1919. Enfrente, un sendero de laja bordea los manojos de orquídeas y baja hasta una gruta. La compacta vegetación contribuye para mantener ese espacio de absoluta serenidad. El sonido que provocan las cascadas de un arroyo obliga a girar la vista hacia abajo, pero otra vez la espesura extiende su manto y transforma el curso de agua en un misterio que, sin mostrarse, agrada al oído. Debe ser uno de esos chorrillos que despiden con música casi inaudible las cumbres del Aconquija. La panorámica de la capital se abre más allá de las plantaciones de caña y las parcelas de los limoneros, que avanzan sobre los históricos dominios del azúcar. El sol regala un completo festival de colores al despuntar la mañana y a la noche todas las estrellas titilan, para trazar haces con las luces móviles de la ciudad.


Fuente: Clarin

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