Los paisajes y el carácter de los neuquinos en el recuerdo de unas vacaciones entre Copahue y Villa Pehuenia. En una típica cabaña, el sabor del chocolate caliente y una inolvidable torta de moras.
El verano pasado estuve dos semanas de vacaciones en la provincia de Neuquén. Viajé a Caviahue –que significa "lugar de fiesta y reunión" en mapuche– y lo elegí como destino porque me lo recomendaron. Me habían hablado mucho también de las termas de Copahue, a unos dieciocho kilómetros. Es un lugar que está en el medio de la cordillera, en plena Patagonia, pero me resultó muy distinto de la Patagonia más tradicional que uno suele conocer. A este lugar lo sentí más agreste, más prehistórico, con más árboles, lleno de pehuenes, de bosques petrificados, de cascadas.
Hay allí un lago azul, impresionante, llamado lago Caviahue, que está conectado por un río con el volcán Copahue. Según nos explicaron, ese lago tiene una alta acidez provocada, creo, por el azufre, y esto es lo que no permite el desarrollo de vida en sus aguas. Por eso no hay peces.
Durante mis días en esa región hice varios paseos y excursiones. Cuando uno sube camino a la boca del volcán Copahue, se ven alrededor manchas de ceniza –que quedaron de alguna erupción– y grandes manchones de nieve. En el medio del recorrido, aparece también el río Agrio, que tiene manchas amarillas de azufre. Nos decían que si la ropa hacía contacto con el agua, quedaría manchada o, directamente, se rompería. En realidad a la piel no le pasa nada, pero la ropa queda muy dañada. Al llegar al cráter se ve una laguna ácida y un glaciar.
Por supuesto, conocí las famosas termas (a unos 2.000 metros de altura), en el centro de las montañas y, según nos contaron, antiguamente era el cráter de un volcán. Está lleno de fumarolas. El agua es muy caliente, por lo que se recomiendan baños cortos y espaciados.
El paisaje cambia mucho en esta zona, a medida que se avanza en el camino. Pasás de una gran aridez a estar, de pronto, rodeada de arroyitos, de vegetación y de vida.
Durante ese viaje tuve también la oportunidad de conocer Villa Pehuenia. Yo me movía en ómnibus para ir de un lado al otro, pero en realidad, el auto es lo más recomendable y práctico. A Villa Pehuenia llegué porque tengo amigos que viven en Cipolletti y tienen una cabaña en esa localidad. Me encantó el lago Aluminé, que es precioso, y los bosquecitos en las playas privadas que se forman junto al agua.
La gente de todos los lugares donde estuve en este viaje es muy dulce, no tienen agresividad, no tienen las cosas propias que tenemos nosotros, los que vivimos en la ciudad. Y a la vez, reconozco que estos paisajes te permiten desconectarte muchísimo. Por ejemplo, en Caviahue paramos en la Cabaña de Hebe Bercovich. Según nos contó, ella vivió en Copahue, donde están las termas, durante casi toda su vida porque allí trabajaba su madre. Entonces solía relatarnos muchas historias sobre el lugar. Su establecimiento, estilo hostel, es muy cálido, porque ella especialmente genera un clima muy lindo.
Aunque no era mi intención probar tantos dulces, de aquel viaje también recuerdo las tortas. Hay una casa de té, "La cabaña de Tito", donde me dejé tentar por una taza de chocolate caliente, siempre acompañada por tortas. Algunas veces strudel, otras veces torta de moras o de frutos del bosque. Sí, un verdadero festín para el cuerpo y el alma.
Fuente: Clarin
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Un Festín para el Cuerpo y el Alma
e mërkurë, 11 korrik 2007
Publicado por
El Punto Perfecto
en
3:37 e paradites
Etiquetas: Mi argentina, Neuquen
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