La ciudad de las siete colinas
Entre miradores naturales y el río Paraná, Victoria atrae con sus paisajes, las excursiones y la Abadía Benedictina. Las lomadas pronunciadas impiden adivinar lo que vendrá. Obligado por la curva del terreno, camino a Victoria, Entre Ríos, a 360 km de Buenos Aires, el auto aminora la marcha hasta alcanzar la cima. Ese demorado instante provoca un estado de anticipación alegre que se repite ante cada nueva imagen: vacas pastando en un llano verde, un tupido bosque de ombúes y, justo cuando un ascenso muy empinado parece anunciar el límite del mundo, una ondulante línea marrón se ensancha en primer plano y abraza pequeñas islas que conforman el delta del río Paraná. Victoria es conocida por su característico suelo sinuoso como "La ciudad de las 7 colinas", frase acuñada por un poeta local, Gaspar Benavento (1902-1963). Si bien las referencias a la naturaleza trasuntan toda la obra del escritor, el libro "Ciudad de Vera de las siete colinas" (1934) está inspirado en las maravillosas vistas que ofrecen los puntos más elevados del paisaje. Uno de ellos es el emblemático Cerro de La Matanza, último bastión de los indios minuanos. Este mirador natural permite asomarse al Monte de los Ombúes que surge a sus pies (uno de los dos que existen en el mundo) y que se extiende hasta el dominio amarillo de las retamas, cuyo tono intenso opaca el de la arena, que se va tornando gris hasta fundirse con el río. La exuberancia del delta se anuncia en las arboledas que se multiplican en el sinuoso recorrido por la avenida Costanera que, tras los pliegues del camino, deja ver los botes repletos de pescados llegando al viejo puerto. Hacia la izquierda, más allá del Boulevard Rivadavia, se vislumbran los trazos coloniales de la ciudad. Las vistas son aún más generosas desde el hotel Sol Victoria, una isla de confort emplazada sobre una de las colinas más altas, frente a la costa. Ni el delicioso dorado asado logra distraer la atención de un curioso fenómeno que se aprecia desde la terraza del restaurante: bajo el sol del mediodía, un velero se desplaza lentamente entre los islotes cubiertos de palmeras y su curso parece ensanchar el panorama hasta borrar el horizonte. ¿O será nuestra privilegiada ubicación, que parece regalarnos la ilusión óptica de estar "sobrevolando" el Delta? Las imágenes invitan a abandonar la actitud contemplativa: acaso los safaris de aventura, que incluyen la navegación por los pantanos, caminatas por las silenciosas islas y la pesca deportiva permitan conocer, al menos en parte, ese mundo gigante.
Nuevos aires
La apertura de un hotel 5 estrellas y de exclusivos bares y restaurantes, dan cuenta de los nuevos aires que respira Victoria desde la inauguración, en 2003, del puente que la une con Rosario. Hay otros proyectos en marcha, como un complejo de aguas termales. A cada paso, la historia de la "Capital provincial del Carnaval" se revela en los antiguos frentes de las casas y en las rejas artesanales que dan cuenta del sello de la inmigración y de las modas que influenciaron el gusto de sus habitantes a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Las rejas de formas simples, con barrotes verticales cruzados por planchuelas horizontales, perduran en las viviendas de la zona del Quinto Cuartel o Barrio de las Caleras, cerca del puerto viejo, donde se instalaron los inmigrantes vascos hacia 1800. En el centro, las marquesinas de hierro fundido cubiertas de vidrio del Club Social, la antigua Aduana y la Casa de los Vascos reflejan, en cambio, el eclecticismo y la influencia del gusto francés de los años 20. Las balaustradas, las molduras y cornisas dentadas que abundan en los edificios que rodean la Plaza San Martín definen la personalidad de la ciudad y conforman un compendio de arte urbano: son el legado material de oficios casi olvidados. En el Museo de la Ciudad "Carlos Anadón", una máquina alemana de caramelos, cristalería biselada, azulejos ingleses, cartas de Justo José de Urquiza a sus amigos, fósiles y restos de las culturas indígenas de la zona relatan la historia "chica", inhallable en los libros, y mantienen viva la memoria de Victoria. El ritmo apacible de la ciudad alcanza su estado más reflexivo rumbo a la colina donde se halla la Abadía del Niño Dios, un monasterio benedictino donde la rígida regla del silencio solamente es quebrantada por los cantos gregorianos que entonan los monjes en latín. Sus claustros suelen albergar a turistas que se toman algunos días para meditar. Los religiosos mantienen su propia huerta y elaboran productos que se venden en todo el país. El más célebre es el licor Monacal, que combina 73 hierbas en una receta que el abad guarda con celo. Un halo de misterio rodea al monasterio de clausura, a partir de relatos de los lugareños sobre avistajes de ovnis. Se dice que en 1991 ingenieros de la NASA que realizaban investigaciones sobre campos magnéticos se alojaron en el monasterio. En el hotel, copa de vino mediante, pensamos en cuánto habrá de real, falso o imaginario en las versiones, mientras una máquina tragamonedas del Casino invita a desafiar probabilidades más concretas.
Datos útiles e información
COMO LLEGAR. Desde Buenos Aires, son 360 km por ruta 9 (Panamericana Escobar) y puente Rosario-Victoria. Otra opción, ruta 9, Zárate-Brazo Largo y rutas 12 y 11. Flechabus semicama desde Retiro (3 salidas diarias), 36 pesos; cama, 40 pesos.
Fuente: Clarin
Buscador
POSTALES - ENTRE RIOS
e enjte, 30 gusht 2007
Publicado por
El Punto Perfecto
en
7:48 e paradites
Etiquetas: Mi argentina, POSTALES - ENTRE RIOS
Abonohu te:
Posto komente (Atom)
Nuk ka komente:
Posto një koment