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POSTALES SALTA

e mërkurë, 15 gusht 2007





Tan cerca del cielo


Paisajes y ritos de Iruya, un pueblo amurallado en las alturas de la Puna. Las cabalgatas a San Isidro y las ruinas de Titiconte. Las montañas que lo rodean lo convierten en un tesoro escondido y de complicado acceso. Las nubes que lo envuelven le dan ese toque mítico y mágico, que seduce al más experimentado de los viajeros. Se trata de Iruya, un enigmático pueblo de la Puna salteña, que aún conserva casi intactos más de 250 años de tradición. Llegar no es una tarea sencilla pero es el justo precio que se paga por conocer y disfrutar de esta pequeña reliquia custodiada por cerros y lagos. Yruya está al norte de Salta y a unos 370 kilómetros de la capital de esa provincia pero el único camino posible para acceder es desde Huamahuaca, en Jujuy. La odisea es más o menos así: hay que tomar la ruta 9 y recorrer unos 30 kilómetros hasta llegar a un cruce donde se lee: "Iruya: 26 Km". El sinuoso camino de tierra lleva hasta Abra del Cóndor a 4 mil metros de altura, es el límite entre Salta y Jujuy. Y desde allí, sólo queda comenzar con el descenso hasta dar con este tesoro. La primera impresión, a medida que el visitante se acerca, es que Iruya está colgado del cielo. Las nubes que se van abriendo hasta desaparecer por completo dejan ver en la ladera del cerro las escasas y pequeñas construcciones, que parecen suspendidas en el aire. Al acercarse a los 2.700 metros sobre el nivel del mar, aparecen las primeras imágenes concretas de este poblado de la Puna salteña. Las tejas azules de la iglesia y un mirador son la antesala para internarse en este paraíso del norte. Y, funcionan sin quererlo, o tal vez adrede, como una especie de división natural: hasta aquí los medios de transporte, a partir de ahora todo se hará a pie. Los micros, autos particulares y demás medios de locomoción deben esperar estacionados alrededor de la plazoleta empedrada que está frente a la iglesia. Una vez que se cruza esa barrera natural, el silencio domina las calles y obliga al susurro. Las imágenes que devuelve Iruya a los ojos del turista dan la sensación de haber viajado en el tiempo, hasta la época de la colonia. Las callecitas empedradas son muy angostas y de pronunciada pendiente, parecen interminables. No es extraño ver a las llamas, domesticadas, caminar a la par de los hospitalarios lugareños. Otra característica típica de la localidad: aún conserva las casas de adobe pintadas de blanco con piedras y paja, con amplios patios adornados de flores y frutales. Con los años y la llegada de los turistas, la hotelería fue creciendo en la zona por lo que es muy fácil encontrar cómodos y sofisticados hospedajes. También los buenos restaurantes proliferaron pero comer una empanadita de carne al borde del acantilado es una cita ineludible. Otros imperdibles: la cabalgata a San Isidro o las ruinas arqueológicas de Titiconte, de difícil acceso. Para disfrutar aún más de la tradición, que los lugareños cuidan con especial recelo, hay que participar de las fiestas patronales como la que se hace en Honor a Nuestra Señora del Rosario, Patrona del pueblo, en octubre. O la fiesta de la Pachamama, en agosto, cuando el sonido de los sikus, las quenas y las cajas invaden las calles acompañando el baile de los cachis, que simboliza la lucha entre el bien y el mal. Entonces, podrá emprenderse la vuelta con la absoluta sensación de haberse internado en el más intimo de los secretos de la Puna y su gente.

Fuente: Clarin

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Anonim tha...

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