En Junín, al calor del hogar
Con su parque, diseñado por Carlos Thays, la estancia La Brava garantiza una confortable estadía y paseos entretenidos. Cerca de Junín, la estancia La Brava no necesita que nadie "decore" su fachada. Le alcanza con esos centenarios y frondosos plátanos, formados en hileras a los lados de la avenida central para que los visitantes perciban al entrar que atrás queda el mundo conocido de la ciudad y sus trajines. Tupidos, de esbeltas copas que cierran en galería en lo más alto, los árboles trazan el rumbo que desemboca en el casco colonial, al final del camino. Allí resalta el blanco en las añejas paredes de la casa, con su torre mirador que, aseguran, en su vida anterior supo ser mangrullo. "Esta estancia pudo haber sido una pulpería de paso o un puesto de avanzada en la línea de fortines del Fortín Federación (la actual ciudad de Junín) contra el avance indígena", comenta Mónica Balmaceda, encargada de hacer saber las bondades que ofrece La Brava. En 1930 contaba con 3.500 ha en manos de Pedro Estrogamou, después fue fraccionada y hoy sus bisnietos (los cuatro hermanos Hardoy) administran el campo, que suma más de mil ha dedicadas a la ganadería, el agro intensivo y la producción tambera. Un prolijo parque rodea la antigua casona. El diseño de Carlos Thays está adornado por eucaliptos, robles, nogales, casuarinas, álamos, estatuas y fuentes. Al fondo se divisa un copioso bosque con senderos que llama a caminar y avistar aves. Luis Hardoy es amante de la ornitología, y da gusto escucharlo contar los secretos de ese mundo que tan bien conoce. Calcula que más de cien especies de pájaros rondan por el monte boscoso.
Sobre la doma racional
Por su parte, Martín Hardoy se distingue por domar caballos con la pacífica técnica del "trato racional". Se trata de amansar al animal de un modo diferente, sin apelar a la rudeza. La persuasión en vez del castigo. Es una gratísima experiencia presenciar alguna de esas sesiones y observar cómo el hombre y el caballo se ponen de acuerdo con paciencia y sin castigos innecesarios. La casa, que en estos días de frío invita a refugiarse en la sala junto al hogar a leña, cuenta con nueve habitaciones en dos plantas. Parte del edificio perdura de la construcción original, en 1880. Hay, además, otra morada, con cinco habitaciones habilitadas. En La Brava, los visitantes pueden pasear en sulky y salir en cabalgata hasta la aldea Mariápolis, el apacible pueblito Agustín Roca o el tambo San Pedro, que también pertenece a la estancia. A la hora del almuerzo o la cena el menú garantiza satisfacción plena: no falta el asado y tampoco el locro entre otras opciones. Son imperdibles los postres: resalta la pasta de castañas con crema y chocolate, acompañada con café o alguna infusión, mientras crepitan los leños y se torna incomparable la vista del cielo cargado de estrellas, que se vislumbra tras el ventanal.
Fuente: Clarin
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