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Costa atlántica / También en invierno

e martë, 7 gusht 2007



El Sahara, a pasos del mar

Paseo por el cordón de dunas vivas de Villa Gesell, en todoterreno, rumbo al faro Querandí .
VILLA GESELL.- La formación de dunas junto a las playas es un fenómeno natural difícil de ver en las costas más concurridas. Las que quedan son una curiosidad turística, como el Little Sahara de Kangaroo Island, en Australia, o la Dune du Pylat, sobre la costa atlántica francesa. Cuestión de sentirse un poco como en los exóticos desiertos africanos... Pero no hace falta ir tan lejos para vivir la experiencia de un paseo entre las dunas vivas , es decir, aquellas cuya forma va cambiando según lo ordena la acción del viento. Al sur de Villa Gesell, que se encuentra geográficamente hablando dentro del cordón dunícola de la costa bonaerense, se puede visitar el faro Querandí, histórica construcción de 54 metros (levantado a 65 metros sobre el nivel del mar) rodeada de bosque y médanos, que sólo se puede atravesar en vehículos de doble tracción preparados para circular sobre estos huidizos terrenos, o bien a caballo. Como el frío manda, en lugar de los cuatriciclos -que son la estrella del verano- la opción elegida es el viejo camión militar que organiza salidas grupales rumbo a este desierto costero que depara vistas inesperadas de arena, vegetación, cielo y océano.

Perder la vista
Aunque el faro es el punto de destino y gran atracción de la excursión, los guías reservan una sorpresa: en mitad del camino se hace un alto, se bajan del camión unas tablas parecidas a las de snowboard y, claro, aquí no hay nieve, sino arena: es la hora de vivir nuestra primera experiencia con el sandboard . El procedimiento no es muy complicado: basta encerar las tablas para que se deslicen mejor sobre la pista dorada, subirse a la tabla en lo alto de la pendiente y... no, no era tan fácil. Varios quedamos tendidos sobre una arena mullida mientras las dunas parecen reírse silenciosamente, en tanto los más avezados consiguen llegar deslizándose hasta abajo con más o menos gracia. Sin embargo, no es tan difícil como para que luego de algunas bajadas no hayamos aprendido a mantener el equilibrio y disfrutar del pequeño vértigo del descenso por los médanos. Pero hay que seguir, el faro todavía espera. Los guías explican que la reserva dunícola tiene 21 kilómetros de extensión sobre la costa, con anchas playas,
y diferencian las dunas vivas de las fijas , es decir, aquellas que han sido estabilizadas mediante la forestación. Entre ellas, los bajos interdunales son zonas de gran vegetación, ya que allí se acumula el agua de las lluvias. Poco a poco, la vista se acostumbra al paisaje y se orienta mejor entre las montañas de arena, mientras admiramos la pericia del conductor para llevar el camión sobre este terreno resbaladizo. A quienes manejan cuatriciclos se les recomienda realizar un curso de entrenamiento de manejo, tanto para aprovechar sus ventajas como para aprender a conducirlos con responsabilidad, cuidando que las huellas que deja el vehículo no dañen el entorno: cada uno, al fin y al cabo, quiere verlo como si fuera el primero. En vehículo hay que tener en cuenta que la excursión -saliendo de Mar Azul, localidad costera vecina de Villa Gesell- dura unas tres horas, pero es un poco más larga si se elige el más ecológico de los medios de transporte, el caballo, para emprender la misma travesía. No hace falta ser un experto, pero sí mantenerse mínimamente a lomo del caballo, y la experiencia será inolvidable.
La caza del tiburón
Si alguien del grupo es pescador habrá que tener cuidado de no perderlo: esta zona de la reserva es famosa por la presencia de tiburones, que suelen ser capturados en las ollas de gran profundidad que se forman junto a la costa. Y al subir la marea hay que lanzar el anzuelo y empezar la clásica, épica lucha entre el hombre y el pez. Para los pescadores avezados, la conformación del mar en esta zona es toda una curiosidad, muy distinta a la de otros sectores vecinos en la costa, y promete desafíos muy distintos: se dice incluso que a veces los tiburones quedan varados, esperando que vuelva la marea a llevarlos hacia aguas más profundas. Pero todos, pescadores y no pescadores, ansían llegar finalmente al faro, rodeado de dunas de arena blanda y dorada, movediza y volátil como polvillo mágico. Si habrán sido tiempos de pioneros aquellos en los que se luchaba por fijarlas para crear un terreno apto para los primeros pobladores de Villa Gesell. Finalmente, la vegetación aumenta, toma la conformación del pastizal pampeano -sobre el que flota un inconfundible aroma marítimo- y, entre el bosque que fija las dunas y asegura su estabilidad, aparece dominante la alta silueta del faro. Una torre de gigantes, pintado a rayas negras y blancas, donde casi 300 escalones llevan hasta la cima. ¿Quién no se siente un poco conquistador después de haber vencido los médanos? Para ellos, el faro es un buen pedestal para divisar, hacia los cuatro puntos cardinales y sin límites, el extenso horizonte que limita con el bosque y el mar, poniendo fin también a la aventura que nos trajo hasta este confín costero donde el resto del mundo parece encontrarse muy, muy lejos.
Datos útiles
* Cabalgatas al faro: 4 horas de duración, con fogón y asado. Se duerme al aire libre y se regresa al día siguiente. Organiza Anabella Zubarriain, de Cabalgatas La Peregrina, calle 313 y Alameda 201, Villa Gesell. www.gesell.com.ar/laperegrina
* Alquiler y excursiones en cuatriciclos: ATV Rent, Av. bulevar entre 106 y 106 bis, Villa Gesell. www.atvrent.com.ar * Informes: Secretaría de Turismo de Villa Gesell, 02255 45-5988, y Casa de Villa Gesell en Buenos Aires, Bartolomé Mitre 1702, 4374-5098. * El Ultimo Querandí: Av. 4 y paseo 110 bis, (02255) 45-4580.

Fuente: La Nacion

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