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LA RIOJA

e martë, 28 gusht 2007


La quebrada por donde el cóndor pasa

Una travesía desde la capital provincial hasta el paraje Santa Cruz, donde se avistan estas magníficas aves. Para llegar a la Quebrada de los Cóndores, una reserva natural ubicada en el desértico paraje montañoso de Santa Cruz de la Sierra, hay que partir no bien el sol asoma en 4x4 desde la capital riojana y recorrer unos kilómetros por las rutas 38 y 26 hasta llegar a Tama, pueblo del caudillo Angel Vicente Peñaloza. De ahí, hacia el sur, el camino se hace cuesta arriba, escarpado, muy pedregoso y sinuoso. Al llegar a destino espera toda una ceremonia: después de una vertiginosa cabalgata entre los cerros, en una especie de terraza natural de piedra, ahí nomás, el vuelo rasante de los cóndores. Una vez en la ruta, el sol sale desde detrás de la brumosa Sierra de los Quinteros y pega en la parte que no veo de los cardones enormes y dorados, provocándoles una aureola fulgurante. Ahora desaparece detrás de unos enormes murallones de granito que de repente se me vienen encima, angostando el camino. Pasamos un caserío y entre enormes rocas encontramos una ollada, producto del agua de deshielo. Un oasis en medio de este camino seco y árido. Tomo fotos mientras una pareja de turistas ingleses no resiste la tentación de beber como si fuera bendita un poco de ese agua cristalina de entre las rocas. La hostería Quebrada de los Cóndores fue en otros tiempos el puesto serrano de Santa Cruz, de don Benigno de la Vega, quien alojó en esta finca de 200 años al caudillo federal Chacho Peñaloza; Santa Cruz era zona de montoneras. Los hermanos José y Juan de la vega nos dan la bienvenida con mate y nos invitan a pasar a la cocina. Hay mucha madera y perfume a leña quemada. Y en una fuente, sobre la mesa, tortas fritas. Todos comemos, mientras el mate pasa y escuchamos consejos sobre cómo tratar a los caballos de parte de los hermanos De la Vega en un riojano tan cerrado que cualquier porteño tendría que aguzar el oído para comprender. La pareja de ingleses me acosa a preguntas que no sé bien cómo responder. Viajamos a través de un aire liviano y transparente, atravesado por el sol ya tibio y la montaña. El mate corre y los ingleses aprestan su cámara digital última generación. Llegamos a un terreno llano donde un baquiano nos espera con una tropilla de caballos. Cerro arriba, los animales parecen a punto de resbalar todo el tiempo cuando el casco que llevan en sus patas golpea secamente contra la piedra lustrosa e irregular. Seguimos la huella serpenteante, junto al río Chocayos, y de repente atravesamos un paisaje lunar de rocas enormes y multiformes que parecen caídas del cielo. A más de mil metros, el sol hace picar las mejillas. Después de andar más de una hora, bajamos de los caballos. Hay que subir la montaña a pie. Cuando llegamos a un peñasco, el paisaje se impone: estamos en un precipicio, rodeados de cerros de colores sin nombre. Esperamos: disfrutamos del silencio más sónico que haya vivido. Ahora un cóndor negro, con las alas que parecen diseñadas en blanco por algún dios aborigen, cruza el espacio mudo, lento, suspendido, hasta que pasa por encima de nuestras cabezas. Mi estómago es un nudo y los ingleses se abrazan con lágrimas en los ojos. Es noche cerrada y hace frío, pero los hermanos De la Vega cocinan un cordero a las brasas. La noche está despejada y millones de estrellas parecen estar al alcance de la mano. Alguien trae vino riojano y queso de cabra. Durante la cena, al calor de las salamandras, la pareja de turistas ingleses come con entusiasmo (el cordero es una manteca y la salsa criolla, inmejorable). Y los hermanos De la Vega no paran de contar anécdotas de adolescencia. Es que esta casona en medio de los llanos, construida en un terreno abrupto, en desnivel y pegada a un río pedregoso, el Tuna Cala, era su casa de vacaciones. Y en ese tiempo ellos eran, al parecer, adolescentes e intrépidos. La velada se hace larga; el vino es bueno y la pareja de ingleses, entre un castellano básico y el idioma universal de los gestos, se hace entender. Por suerte nadie recuerda Malvinas y la noche es un atractivo limbo, mundano y local, perfumado por la leña, del que no hay ganas de salir.

Datos útiles e información


COMO LLEGAR. Aerolíneas Argentinas vuela todos los días a La Rioja por 684 pesos, con impuestos.

DONDE ALOJARSE. La excursión a la Quebrada de los Cóndores, con una noche de alojamiento y comida (sin vino) cuesta $ 180 por persona. Reservas: (03822) 156 86555. E-mail: reserva@quebradadelcondor.com.ar

Fuente: Clarin

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