Las eternas torres de Talampaya
Patrimonio Natural de la Humanidad, el impactante santuario paleontológico convoca a viajeros
de todo el mundo.
No es fácil deshacerse del impulso racional de aprehender el mundo a través del registro minucioso de formas, dimensiones o colores, y la consecuente necesidad de asignarles un nombre. Sucede siempre que uno necesita recobrarse del impacto ante imágenes arrolladoras en lugar de aceptar el misterio que encierran. Como ocurre esta vez, frente a "La Catedral", "El Monje" o "El Fraile", las curiosas formaciones rocosas del Parque Nacional Talampaya, en la provincia de La Rioja, así bautizadas, dicen, por la imaginación popular.
Estas gigantescas figuras enigmáticas, que el viento y el agua tallaron a su antojo durante 200 millones de años, se imponen como deidades en el silencioso paisaje desértico, donde la vegetación espinosa del monte parece formar cercos protectores a su alrededor. Junto a los rojizos paredones que apuntan hacia el cielo, los restos arqueológicos de culturas precolombinas y los infinitos pliegues del camino, donde se pierden zorros escurridizos, hacen que el visitante sienta que ha viajado hacia el tiempo de los orígenes de la Tierra.
Un libro a cielo abierto
Lo que se juzga como una sensación descabellada, se revela como una certeza durante el recorrido por el parque. Es que cada rincón de este paraje de 215 mil hectáreas, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, aporta datos de la historia geológica del planeta y de las especies que lo habitan.
Los sinuosos caminos de los cerros y cuestas al dejar atrás Chilecito, son un adelanto de los sorprendentes trazos que delinean la topografía de Talampaya.
El vuelo de los cóndores
La camioneta todo terreno se detiene en la Cuesta de Miranda, un mirador natural desde el que se distinguen claramente los inmensos paredones de roca color ladrillo sobrevolados por cóndores. Acaso la conmoción de esa primera muestra o el intenso "sube y baja" del último tramo del recorrido, deducimos, hace que algunos turistas experimenten palpitaciones. El guía atenúa el nivel de lirismo cuando aclara que suele ser uno de los efectos pasajeros del viento Zonda, que al mediodía comienza a soplar con fuerza.
Una vez en el parque, ubicado en el sudoeste de la provincia de La Rioja, es necesario cambiar de vehículo. La nueva camioneta posee una caja de acrílico en la parte trasera para evitar que los visitantes se vayan impregnados de tierra roja.
El itinerario recorre el cauce seco del río Talampaya, encerrado por gigantescos acantilados colorados de alrededor de 170 metros de alto. Las paredes alternan alturas, se abren y se estrechan, y en ese juego regalan contraluces únicos, captados en el momento justo por las cámaras fotográficas. Un anzuelo poderoso para que algunas personas elijan hacer el recorrido a pie o en bicicleta con el fin de no privarse de ningún detalle: en el punto más estrecho hay sólo 80 cm de distancia entre las paredes.
En la puerta del cañón se destacan unos petroglifos, grabados en cuarzo en la roca de arenisca, que tienen la impronta de las culturas diaguita y aguada: representan formas humanas, utensilios, guanacos, llamas y cóndores, y habrían sido trazados hace 1.400 años.
La vegetación rala, con arbustos bajos, da paso abruptamente a un parque de árboles y plantas autóctonas, encajonado entre dos altísimos farallones. Se trata del "Jardín Botánico", que sorprende no sólo por ser un oasis verde sino por el curioso eco que se produce al gritar desde una pared hacia otra. La voz se repite al menos tres veces y quiebra por un instante el silencio, que se prolonga hasta la incomodidad.
El próximo tramo lleva a "La Catedral", una formación rocosa que semeja un santuario gótico.
Cerca está el "Rey Mago" y su camello y más allá, "El Monje", una especie de torre coronada por un tótem que mira hacia "La Ciudad Perdida", un grupo rocoso que combina formas cónicas, rectangulares y redondeadas, que marca el fin del primer circuito.
A 20 kilómetros, en "Los Pizarrones", hay petroglifos que reproducen misteriosos dibujos: formas geométricas, espirales y flechas que apuntan hacia arriba junto a seres alados, que las teorías más audaces atribuyen al encuentro de aquellos hombres con extraterrestres.
Gigantes del Triásico
El espíritu explorador del grupo se acentúa a cada paso. Sin duda, lo más sorprendente es la afirmación del guía sobre el hallazgo permanente de fósiles de dinosaurios.
Es que en esta zona existen rastros de uno de los capítulos más interesantes de la evolución de los vertebrados, el período Triásico (que abarcó 45 millones de años), cuando surgieron aquellos monumentales animales.
Aquí se descubrieron restos del Lagosuchis talampayensis, uno de los dinosaurios más antiguos, que vivió en la zona hace 250 millones de años, cuando este paisaje desértico era una verde llanura repleta de lagunas y pantanos. También se hallaron fósiles de tortugas, con una antigüedad de 210 millones de años.
Está claro que actualmente Talampaya es el dominio del cóndor. Y en las zonas menos transitadas del parque es posible cruzarse con zorros grises o ver como un guanaco se aleja a los saltos entre las rocas, frente al avance de la camioneta.
Al final del recorrido, un hombre se jacta de haber tomado más de 500 fotos: estuvo corriendo toda la jornada, encaramándose sobre rocas y desafiando al vértigo para obtener las mejores vistas. Pero hace falta caminar en silencio, rozar las rocas con las manos, admirar ese cielo que parece no conocer nubes y esperar en lo alto de un peñasco hasta ver de cerca un cóndor con sus alas desplegadas para captar la verdadera esencia del paisaje.
Un paisaje de otro tiempo
El Valle de la Luna -también llamado Ischigualasto, "donde la luna se posa", en quechua-, en la provincia de San Juan, linda con el Cañón de Talampaya, en La Rioja. Comparten la misma formación geológica y su importancia como uno de los yacimientos paleontológicos más ricos del mundo. También, el título de Patrimonio Natural de la Humanidad, de la UNESCO. En la era Mesozoica, Ischigualasto era una llanura repleta de vegetación y espejos de agua, poblada de reptiles. Aquí se hallan los restos de reptiles con características de mamíferos más antiguos del planeta que pueden explicar eslabones fundamentales en la evolución de las especies. Y, claro está, fósiles de dinosaurios, como el Herrerasaurus, el Pisanosaurus mertii y el Eoraptor Lunensis. El suelo árido, gigantescos farallones y colosales figuras de piedra conforman hoy un paisaje casi lunar. En un recorrido de 45 km, "El gusano", "La esfinge", "El hongo" y "El submarino", siluetas esculpidas por la erosión de millones de años, le otorgan al conjunto un h
alo fantasmal.
Datos útiles
COMO LLEGAR. Aerolíneas Argentinas vuela todos los días a La Rioja. El pasaje cuesta $ 684 ida y vuelta. El vuelo sale a las 12.20 y llega a las 15.10. Para llegar hasta Talampaya desde La Rioja, hay que tomar la ruta 38 hasta Patquía y desde allí se sigue por la 150.
En Buenos Aires: Casa de La Rioja, Callao 745; teléfono, 4813-3417.
En La Rioja: (03822) 42-6384; turismo@larioja.gov.ar.
www.larioja.gov.ar/turismo
www.talampaya.gov.ar
www.ischigualasto.com
Fuente: Clarin
Nuk ka komente:
Posto një koment