Ariel, en una de sus bellas jugadas. El defensor de Boca lo sufrió.
El baile del Burrito Ortega le puso música a un superclásico inolvidable. Como si el tiempo y la vida no hubieran pasado... Fue el cerebro de River, hizo un gol y regaló un caño divino a Paletta. Gracias por el fútbol, que todo lo puede. Por la pelota, que es única. Por la magia, que es lo que enamora. Por la pasión, que es infinita. Por el corazón, que no deja de latir. Por el superclásico, que es imprescindible. Por el deporte más democrático del mundo... Gracias por Ariel Ortega, el Burrito, que todo lo puede, que es único, que enamora, que es infinito, que no deja de latir, que es imprescindible... Sólo el juego más maravilloso puede permitir que un hombre, de carne y hueso, llegue al cielo sin dejar la tierra. Conmueve el Burrito, su baile, su historia, su andar chaplinesco, sus amagos, su sabiduría, sus caños. Hace rato que dejó de ser un pibe, no hace tanto que su juego primero pasa por la cabeza y después por los botines. Hay que verlo... Sus compañeros meten como leones (o como Pumas, ahora que están de moda) y él piensa por ellos. Se sube a la pelota, con una excelente administración de energía aparece delante y detrás de Banega. Se la roba, se la lleva, lo hace amonestar, saca lo peor del chico que quiere ser Gago. El jujeño conduce en movimiento, intercambia posiciones con Buonanotte (un Ortega en potencia), frena, arranca, distribuye, ordena, surfea entre las camisetas que más lo motivan. Grita, con Falcao, con Belluschi, con Augusto Fernández, los socios del primer gol. Quiere más. Y como desde el primer segundo, sigue picante, como antes. Abre los ojos y lo habilita a Buonanotte. El también espera mucho del nuevo pibe maravilla. El sabe lo que significa caminar con esa sombra que lo amará o lo condenará. Pero es tiempo de ilusión. Y entonces lo busca, se la da, profunda, entre Ibarra y Paletta. El chiquitín vuela con la pelota y vuela por el aire, por la imprudencia del central de Boca. Penal. Devolución de gentilezas. Carrera, amago, adelantamiento, atajada, otra vez, carrera, derecho viejo, al mismo palo, Caranta para el otro, adeeeeeentro, gol, otra carrera más larga, festejo detrás de los carteles, en la pista, en el alma de toda una tribuna que se viene abajo... "Orteeegaaaa". River fue el mismo. Antes, durante y después de los goles. El baile fue mental. Y por el césped. Buonanotte le mete un caño inolvidable a Neri Cardozo, émulo del de Riquelme a Yepes o el de un tal Saviola a Bermúdez. Hay tiqui-tiqui, control, recorrido, mucho ole. Y en todos, el centro, el símbolo, es Ortega, que enrosca a Paletta con otro túnel. En los peores momentos, en los que el hall era una amarga tentación, él era un sentimiento inexplicable, una bandera, el único ovacionado entre tanto odio. Passarella se abrazó a esa bandera y con ella (con él) llegará al final. El fútbol, como nada ni nadie, une, iguala, no discrimina. Los que juegan y los que alientan parten desde el mismo lugar: el sentimiento. Ortega, mientras recupera al hombre, hace bien. Y cura. Se debía un superclásico así, tremendo. El fútbol todo lo puede.
Fuente: Ole
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