Buscador

ESCAPADAS - ARRECIFES

e premte, 5 tetor 2007



Días felices, en clave campestre


La estancia El Sosiego, a 170 km de la Capital, propone descanso, cocina gourmet y paseos en sulky.

Confort, cocina elaborada y clima relajado. Apenas se cruza la tranquera de El Sosiego uno adivina que allí encontrará todo lo que hace falta para pasar un fin de semana sin preocupaciones en el medio del campo, a 8 km de Arrecifes y a 170 km del tránsito infernal de Buenos Aires.

La estancia, que nació como un haras, da la bienvenida a sus huéspedes con sus encantos naturales: campos sembrados de soja, un molino y mucho horizonte. Las seis habitaciones se ubican en lo que fue el granero, y por eso todas dan a la galería, frente a la inmensidad verde y a un pequeño espejo de agua donde patos, ocas y gansos van de aquí para allá. Por el parque andan sueltas las gallinas con sus pollitos.

En cambio, los conejos, chanchos, vacas y caballos tienen la circulación restringida. Salvo cuando Quique, el casero, arma los carruajes antiguos para dar un paseo. "¿Te animás a manejar solo?" La pregunta es una invitación a tomar las riendas y bordear las 50 hectáreas del predio, guiados por Lucrecia, una yegua mansita y obediente. A la hora del almuerzo los dueños de casa -Antonieta, siempre primero- sorprenden con delicatessen: pañuelitos de hojaldre y puerro y conejo al disco de arado. Pero este será sólo el punto de partida de una sucesión de sorpresas gastronómicas. Con la dedicación de un chef profesional, Antonieta elabora platos sofisticados con ingredientes frescos, de la huerta, como las hojas de menta que decoran las peras al almíbar y jengibre, la rúcula de hojas gigantes y las naranjitas caramelizadas. En su huerta, digna de una revista de jardinería, todo está cuidado y prolijo. Abundan las plantas de lechuga, puerro, cebolla de verdeo, repollos, albahaca, tomillo y romero. Los frutales también gozan de buena salud. Y como la producción es exclusivamente para el consumo interno, grandes y chicos pueden cosechar naranjas y mandarinas hasta el cansancio. O bien, colaborar en el gallinero, juntando los huevos frescos.

Entre las actividades preferidas, sin embargo, el paseo en carretilla por toda la estancia se ubica en el primer puesto. La hamaca es otro infaltable. Como las de antes, de madera maciza y larguísimas cadenas, colgada de la rama de un eucalipto.

El té en la terraza, con vista al atardecer es otro gran momento. Scones, budines, dulces, galletas y pan casero amenizan la merienda, un festival para los sentidos. Las pastas caseras de la noche y los postres (mousse de frambuesa o lemmon pie) completan la propuesta gourmet. Alrededor de la mesa, en el comedor de la casa, el clima es de charla informal. Y ese es uno de los logros de El Sosiego: propiciar que cada uno se sienta como en su casa, que elija una bicicleta y recorra los alrededores a gusto, porque la tranquera está siempre abierta. En la sala de juegos y lectura los sillones invitan a descansar. Y las historias del lugar dominan la conversación. Nadie puede creer que los pisos de pinotea, de esos que ya no existen, hayan estado cubiertos de heno y hoy luzcan totalmente recuperados.

A la mañana, bien temprano, la función sigue con Molly. La vaca no hace ni mú y se deja ordeñar. Los baldes de leche irán directo a las heladeras, aunque antes se repartan vasos para probar el verdadero gusto de la leche recién ordeñada.

La pileta que conservó la forma de tanque australiano se llena con agua que trae el molino, justo en la entrada del parque dominado por robles, pinos, cedros y tilos.

El Sosiego hace honor a su nombre, no hace falta mayor despliegue del que se encuentra pasando su tranquera para desconectarse y pasarla bien.

A diferencia de otros establecimientos, aquí no corre el día de campo. "Queremos dar un buen servicio y que la gente esté relajada", explica Antonieta mientras le da el toque final a una mousse de chocolate.


Fuente: Clarin

Nuk ka komente: